Este blog es un recurso de información y actividades, sobre los objetivos y contenidos, del Programa de Educación del MEP, para el nivel de sétimo año. alexander_solano@yahoo.com
miércoles, 28 de marzo de 2012
lunes, 26 de marzo de 2012
RESPUESTAS DE LA GUÍA #3: LA LÓGICA. PRESENTACIÓN EN CLASE
•LA
LÓGICA
EL RAZONAMIENTO:
•Razonar es buscar la verdad.
Sin embargo hay…
•RAZONAMIENTOS VÁLIDOS
•RAZONAMIENTOS INVÁLIDOS
¿QUÉ
ES LA LÓGICA?
•Es
la disciplina que estudia esta distinción determinando las condiciones bajo las
cuales la verdad de ciertas creencias
conduce con certeza a la verdad de alguna otra creencia.
•La
lógica estudia, pues, los principios de los razonamientos correctos.
LA PRINCIPAL TAREA DE LA LÓGICA ES… Averiguar cómo la verdad de una determinada proposición
está conectada con la verdad de otra.
ARGUMENTO E INFERENCIA
•ARGUMENTO: Es un conjunto de dos o más proposiciones relacionadas
unas con otras, de tal manera que las proposiciones llamadas “premisas” se
supone que dan soporte a la proposición denominada “conclusión”.
•INFERENCIA: es la conclusión sobre la que descansa el argumento.
ARGUMENTO -ARGUMENTACIÓN
•El Argumento considera únicamente los aspectos lógicos, que tienen
que ver con la validez o invalidez del razonamiento.
•La Argumentación se consideran los aspectos psicológicos (ironía, aplomo,
amenazas, etc.), y sociológicos (propaganda, consenso, etc.)
•RAZONAMIENTO
LÓGICO: ARGUMENTO
•PARTES
DEL ARGUMENTO:
1.Premisas: General y Particular.
2.Nexo: por lo tanto, por ende, por consiguiente, por tal motivo, por
esta razón, por lo anterior, en consecuencia, en virtud de lo expuesto, etc.
3.Conclusión: Deducción Lógica.
INFERENCIA: La
relación que se hace entre las premisas.
•LAS
PREMISAS VÁLIDAS
•PG: Los filósofos son
seres humanos.
•PP: Sócrates es un
filósofo.
•N: Por consiguiente:
•C: Sócrates es un ser
humano.
•ARGUMENTO VÁLIDO
•Requiere de premisas válidas:
•“Si la epilepsia fuera causada por los dioses, afectaría
a todos por igual. Pero vemos que se da en personas con cierto temperamento y
no en personas de otros temperamentos. Por lo tanto, la epilepsia no es causada
por los dioses.” Hipócrates (siglo V a.C.)
•LAS
PREMISAS INVÁLIDAS: ARGUMENTO INVÁLIDO
•PG: Las ratas son seres
vivos.
•PP: Sócrates es un ser
vivo.
•N: Por consiguiente:
•C: Sócrates es una rata.
•ARGUMENTO INVÁLIDO: FALACIA
•Cuando las premisas son incorrectas:
•“Los terremotos son más frecuentes en épocas de sequía.
Luego, se producen cuando el suelo se contrae por falta de agua.” Anaxímenes (s.IV a.C.)
•ALGUNOS CHISMES SON ARGUMENTOS INVÁLIDOS, PUES TIENEN
PREMISAS INVÁLIDAS.
•ARGUMENTOS
EQUIVOCADOS EN LA VIDA DIARIA: FALACIAS
•CARACTERÍSTICAS
DE UN ARGUMENTO
•VERDADERO
•VÁLIDO
•SÓLIDO
•EJEMPLO
DE RAZONAMIENTO LÓGICO
•CSI
– LICEO VICENTE LACHNER–
•CASO:
Encuentran a Juan de los Palotes, muerto, desangrado y con dos pequeños
orificios en el cuello. Las personas piensan que Juan de los Palotes fue
asesinado por el conde Drácula.
•UN
ARGUMENTO.
•PREMISA
GENERAL:
LOS
HOMBRES VAMPIRO NO EXISTEN.
PREMISA PARTICULAR:
DRÁCULA
ES UN HOMBRE VAMPIRO.
NEXO: POR
LO TANTO.
CONCLUSIÓN: DRÁCULA
NO EXISTE.
•EL LENGUAJE NATURAL
•Tiene limitaciones: ambigüedad, impresición y vaguedad.
•EL LENGUAJE ARTIFICIAL
•Se han creado para determinados fines.
•La matemática: # % <˃
•DIMENSIONES DEL LENGUAJE
1.Los signos de un lenguaje se combinan:
$99 9$9
2. Relación
significado – significante (signo)
PALOMA RAÍZ CUADRADA
3. Relación de los
signos en el contexto:
*: Matemática, Español, Navidad, mensaje.
•LOS CHISTES:
ARGUMENTOS QUE NOS SORPRENDEN
ARGUMENTOS QUE NOS SORPRENDEN
•1.¿Qué hace Drácula subido a un tractor? Sembrar el terror.
2.Un día, un niño vio a su padre sacar el periódico de la nevera, y el chico preguntó: papá, ¿por qué sacas el periódico de la nevera? Y entonces, el padre le contestó: para tener noticias frescas.
GUIA #4: CUENTO "EL HUESPED DE DRACULA"
NIVEL 7º.
GUÍA #4:
“EL HUÉSPED DE DRÁCULA”
Antología
de Lecturas 7º, páginas 60 – 67. Visión Lenguaje 7º, páginas 201, 202.
- ¿QUIÉN ES EL AUTOR Y SU NACIONALIDAD?
- BUSQUE EN EL DICCIONARIO LAS SIGUIENTES PALABRAS:
Paroxismo – gélido – féretro – túmulo – mortaja – bocamanga –
cubil – suburbio - boyardo
- ¿Quién narra la historia? - Narrador: Omnisciente – Testigo – Protagonista -
- ¿CÓMO SE RELACIONA EL TÍTULO DEL CUENTO CON LO QUE SE NARRA?
- Escriba una característica para cada uno de los siguientes personajes. Escriba el nombre, si aparece en el cuento:
a. El
gerente del hotel Quatre Saisons:
b. El
cochero:
c. La
mujer muerta:
d. Los
soldados:
e. El
narrador:
6. ¿Cuál
historia del pueblo le contó el cochero? Construya un argumento válido y uno
inválido.
7. Escriba
una característica para los siguientes espacios físicos:
a. Hotel
Quatre Saisons:
b. El
valle:
c. El
cementerio:
8. Del
espacio geográfico, ¿cuál ciudad se menciona?
9. De
acuerdo al espacio religioso, ¿qué significa la noche de Walpurgis?
10. Describa
la experiencia que tuvo el narrador en el cementerio. Construya un argumento
válido y uno inválido.
11. ¿A
cuáles dos peligros se enfrentó el narrador cuando estaba en el Valle? ¿Cómo se
salvó?
12. Resuma,
en sus propias palabras el telegrama que envió Drácula a Herr Delbrük?
13. ¿QUÉ
ES LA CARTA INFORMAL? Página 201, Visión Lenguaje 7º
14. ¿CUÁLES
SON LAS 6 PARTES DE LA CARTA INFORMAL? Página 201, Visión Lenguaje 7º
15. ESCRÍBALE
UNA CARTA A DRÁCULA, SIGUIENDO EL ESQUEMA DE LA PÁGINA 202, DE VISIÓN LENGUAJE
7º.
martes, 20 de marzo de 2012
GUÍA 3: LA LÓGICA.
GUÍA
DE TRABAJO 3
TEXTO:
VISIÓN LENGUAJE. PÁGINAS 36 – 45
1. ¿QUÉ ES LÓGICA?
2. ¿CUÁL ES LA PRINCIPAL
TAREA DE LA LÓGICA?
3. DEFINA: ARGUMENTO E
INFERENCIA.
4. ¿CUÁLES SON LOS ELEMENTOS
DEL ARGUMENTO?
5. DEFINA: VERDAD, VALIDEZ,
SOLIDEZ.
6. ¿QUÉ SON INFERENCIAS
DEDUCTIVAS E INDUCTIVAS?
7. ¿QUÉ SON LOS LENGUAJES
NATURALES?
8. ¿CUÁLES SON LAS
LIMITACIONES DE LOS LENGUAJES NATURALES?
9. ¿QUÉ SON LOS LENGUAJES
ARTIFICIALES?
10.
¿CUÁLES SON LAS DIMENSIONES DEL LENGUAJE?
11.
HAGA LOS EJERCICIOS DE LAS PÁGINAS 42 – 45
EL HUÉSPED DE DRÁCULA
Cuando iniciamos nuestro paseo, el sol brillaba intensamente sobre
Múnich y el aire estaba repleto de la alegría propia de comienzos del verano.
En el mismo momento en que íbamos a partir, Herr Delbrück (el maitre d'hôtel del
Quatre Saisons, donde me alojaba) bajó hasta el carruaje sin detenerse a
ponerse el sombrero y, tras desearme un placentero paseo, le dijo al cochero,
sin apartar la mano de la manija de la puerta del coche:
-No olvide estar de regreso antes de la puesta del sol. El cielo parece
claro, pero se nota un frescor en el viento del norte que me dice que puede
haber una tormenta en cualquier momento. Pero estoy seguro de que no se
retrasará -sonrió-, pues ya sabe qué noche es.
Johann le contestó con un enfático:
-Ja, mein Herr.
Y, llevándose la mano al sombrero, se dio prisa en partir.
Cuando hubimos salido de la ciudad le dije, tras indicarle que se
detuviera:
-Dígame, Johann, ¿qué noche es hoy?
Se persignó al tiempo que contestaba lacónicamente:
-Walpurgis Nacht.
Y sacó su reloj, un grande y viejo instrumento alemán de plata, tan
grande como un nabo, y lo contempló, con las cejas juntas y un pequeño e
impaciente encogimiento de hombros. Me di cuenta de que aquella era su forma de
protestar respetuosamente contra el innecesario retraso y me volví a recostar
en el asiento, haciéndole señas de que prosiguiese. Reanudó una buena marcha,
como si quisiera recuperar el tiempo perdido. De vez en cuando, los caballos
parecían alzar sus cabezas y olisquear suspicazmente el aire. En tales
ocasiones, yo miraba alrededor, alarmado. El camino era totalmente anodino,
pues estábamos atravesando una especie de alta meseta barrida por el viento.
Mientras viajábamos, vi un camino que parecía muy poco usado y que
aparentemente se hundía en un pequeño y serpenteante valle. Parecía tan
invitador que, aun arriesgándome a ofenderlo, le dije a Johann que se detuviera
y, cuando lo hubo hecho, le expliqué que me gustaría que bajase por allí. Me
dio toda clase de excusas, y se persignó con frecuencia mientras hablaba. Esto,
de alguna forma, excitó mi curiosidad, así que le hice varias preguntas.
Respondió evasivamente, sin dejar de mirar una y otra vez su reloj como
protesta. Al final, le dije:
-Bueno, Johann, quiero bajar por ese camino. No le diré que venga si no
lo desea, pero cuénteme por qué no quiere hacerlo, eso es todo lo que le pido.
Como respuesta, pareció zambullirse desde el pescante por lo rápidamente
que llegó al suelo. Entonces extendió sus manos hacia mí en gesto de súplica y me
imploró que no fuera. Mezclaba el suficiente inglés con su alemán como para que
yo entendiese el hilo de sus palabras. Parecía estar siempre a punto de decirme
algo, cuya sola idea era evidente que le aterrorizaba; pero cada vez se echaba
atrás y decía mientras se persignaba:
-Walpurgis Nacht!
Traté de argumentar con él pero era difícil discutir con un hombre cuyo
idioma no hablaba. Ciertamente, él tenía todas las ventajas, pues aunque
comenzaba hablando en inglés, un inglés muy burdo y entrecortado, siempre se
excitaba y acababa por revertir a su idioma natal.... y cada vez que lo hacía
miraba su reloj. Entonces los caballos se mostraron inquietos y olisquearon el
aire. Ante esto, palideció y, mirando a su alrededor de forma asustada, saltó
de pronto hacia adelante, los aferró por las bridas y los hizo avanzar unos
diez metros. Yo lo seguí y le pregunté por qué había hecho aquello. Como
respuesta, se persignó, señaló al punto que había abandonado y apuntó con su
látigo hacia el otro camino, indicando una cruz y diciendo, primero en alemán y
luego en inglés:
-Enterrados..., estar enterrados los que matarse ellos mismos.
Recordé la vieja costumbre de enterrar a los suicidas en los cruces de
los caminos.
-¡Ah! Ya veo, un suicida. ¡Qué interesante!
Pero a fe mía que no podía saber por qué estaban asustados los caballos.
Mientras hablábamos, escuchamos un sonido que era un cruce entre el
aullido de un lobo y el ladrido de un perro. Se oía muy lejos, pero los
caballos se mostraron muy inquietos, y le llevó bastante tiempo a Johann
calmarlos. Estaba muy pálido y dijo:
-Suena como lobo..., pero no hay lobos aquí, ahora.
-¿No? -pregunté inquisitivamente-. ¿Hace ya mucho tiempo desde que los
lobos estuvieron tan cerca de la ciudad?
-Mucho, mucho -contestó-. En primavera y verano, pero con la nieve los
lobos no mucho lejos.
Mientras acariciaba los caballos y trataba de calmarlos, oscuras nubes
comenzaron a pasar rápidas por el cielo. El sol desapareció, y una bocanada de
aire frío sopló sobre nosotros. No obstante, tan sólo fue un soplo, y más
parecía un aviso que una realidad, pues el sol volvió a salir brillante. Johann
miró hacia el horizonte haciendo visera con su mano, y dijo:
-La tormenta de nieve venir dentro de mucho poco.
Luego miró de nuevo su reloj, y, manteniendo firmemente las riendas,
pues los caballos seguían manoteando inquietos y agitando sus cabezas, subió al
pescante como si hubiera llegado el momento de proseguir nuestro viaje.
Me sentía un tanto obstinado y no subí inmediatamente al carruaje.
-Hábleme del lugar al que lleva este camino -le dije, y señalé hacia
abajo.
Se persignó de nuevo y murmuró una plegaria antes de responderme:
-Es maldito.
-¿Qué es lo que es maldito? -inquirí.
-El pueblo.
-Entonces, ¿hay un pueblo?
-No, no. Nadie vive allá desde cientos de años.
Me devoraba la curiosidad:
-Pero dijo que había un pueblo.
-Había.
-¿Y qué pasa ahora?
Como respuesta, se lanzó a desgranar una larga historia en alemán y en
inglés, tan mezclados que casi no podía comprender lo que decía, pero a grandes
rasgos logré entender que hacía muchos cientos de años habían muerto allí
personas que habían sido enterradas; y se habían oído ruidos bajo la tierra, y
cuando se abrieron las fosas se hallaron a los hombres y mujeres con el aspecto
de vivos y las bocas rojas de sangre. Y por eso, buscando salvar sus vidas
(¡ay, y sus almas!.... y aquí se persignó de nuevo), los que quedaron huyeron a
otros lugares donde los vivos vivían y los muertos estaban muertos y no.... no
otra cosa. Evidentemente tenía miedo de pronunciar las últimas palabras.
Mientras avanzaba en su narración, se iba excitando más y más, parecía como si
su imaginación se hubiera desbocado, y terminó en un verdadero paroxismo de
terror: blanco el rostro, sudoroso, tembloroso y mirando a su alrededor, como
si esperase que alguna horrible presencia se fuera a manifestar allí mismo, en
la llanura abierta, bajo la luz del sol. Finalmente, en una agonía de
desesperación, gritó: «Walpurgis Nacht!», e hizo una seña hacia el vehículo,
indicándome que subiera. Mi sangre inglesa hirvió ante esto y, echándome hacia
atrás, dije:
-Tiene usted miedo, Johann... tiene usted miedo. Regrese, yo volveré
solo; un paseo a pie me sentará bien. -La puerta del carruaje estaba abierta.
Tomé del asiento el bastón de roble que siempre llevo en mis excursiones y
cerré la puerta. Señalé el camino de regreso a Múnich y repetí-: Regrese,
Johann... La noche de Walpurgis no tiene nada que ver con los ingleses.
Los caballos estaban ahora más inquietos que nunca y Johann intentaba
retenerlos mientras me imploraba excitadamente que no cometiera tal locura. Me
daba pena el pobre hombre, parecía sincero; no obstante, no pude evitar el
echarme a reír. Ya había perdido todo rastro de inglés en sus palabras. En su
ansiedad, había olvidado que la única forma que tenía de hacerme comprender era
hablar en mi idioma, así que chapurreó su alemán nativo. Comenzaba a ser algo
tedioso. Tras señalar la dirección, exclamé: «¡Regrese!», y me di la vuelta
para bajar por el camino lateral, hacia el valle.
Con un gesto de desesperación, Johann volvió sus caballos hacia Múnich.
Me apoyé sobre mi bastón y lo contemplé alejarse. Marchó lentamente por un
momento; luego, sobre la cima de una colina, apareció un hombre alto y delgado.
No podía verlo muy bien a aquella distancia. Cuando se acercó a los caballos,
éstos comenzaron a encabritarse y a patear, luego relincharon aterrorizados y
echaron a correr locamente. Los contemplé perderse de vista y luego busqué al
extraño pero me di cuenta de que también él había desaparecido.
Me volví con ánimo tranquilo hacia el camino lateral que bajaba hacia el
profundo valle que tanto había preocupado a Johann. Por lo que podía ver, no
había ni la más mínima razón para esta preocupación; y diría que caminé durante
un par de horas sin pensar en el tiempo ni en la distancia, y ciertamente sin
ver ni persona ni casa alguna. En lo que a aquel lugar se refería, era una
verdadera desolación. Pero no me di cuenta de esta particularidad hasta que, al
dar la vuelta a un recodo del camino, llegué hasta el disperso lindero de un
bosque. Entonces me di cuenta de que, inconscientemente, había quedado
impresionado por la desolación de los lugares por los que acababa de pasar.
Me senté para descansar y comencé a mirar a mi alrededor. Me fijé en que
el aire era mucho más frío que cuando había iniciado mi camino: parecía
rodearme un sonido susurrante, en el que se oía de vez en cuando, muy en lo
alto, algo así como un rugido apagado. Miré hacia arriba y pude ver que grandes
y densas nubes corrían rápidas por el cielo, de norte a sur, a una gran altura.
Eran los signos de una tormenta que se aproximaba por algún lejano estrato de
aire. Noté un poco de frío y, pensando que era por haberme sentado tras la
caminata, reinicié mi paseo.
El terreno que cruzaba ahora era mucho más pintoresco. No había ningún
punto especial digno de mención, pero en todo él se notaba cierto encanto y
belleza. No pensé más en el tiempo, y fue sólo cuando empezó a hacerse notar el
oscurecimiento del sol que comencé a preocuparme acerca de cómo hallar el
camino de vuelta. Había desaparecido la brillantez del día. El aire era frío, y
el vuelo de las nubes allá en lo alto mucho más evidente. Iban acompañadas por
una especie de sonido ululante y lejano, por entre el que parecía escucharse a
intervalos el misterioso grito que el cochero había dicho que era de un lobo.
Dudé un momento, pero me había prometido ver el pueblo abandonado, así que
proseguí, y de pronto llegué a una amplia extensión de terreno llano, cerrado
por las colinas que lo rodeaban. Las laderas de éstas estaban cubiertas de
árboles que descendían hasta la llanura, formando grupos en las suaves
pendientes y depresiones visibles aquí y allá. Seguí con la vista el serpentear
del camino y vi que trazaba una curva cerca de uno de los más densos grupos de
árboles y luego se perdía tras él.
Mientras miraba noté un hálito helado en el aire, y comenzó a nevar.
Pensé en los kilómetros y kilómetros de terreno desguarnecido por los que había
pasado, y me apresuré a buscar cobijo en el bosque de enfrente. El cielo se fue
volviendo cada vez más oscuro, y a mi alrededor se veía una brillante alfombra
blanca cuyos extremos más lejanos se perdían en una nebulosa vaguedad. Aún se
podía ver el camino, pero mal, y cuando corría por el llano no quedaban tan
marcados sus límites como cuando seguía las hondonadas; y al poco me di cuenta
de que debía haberme apartado del mismo, pues dejé de notar bajo mis pies la
dura superficie y me hundí en tierra blanda. Entonces el viento se hizo más
fuerte y sopló con creciente fuerza, hasta que casi me arrastró. El aire se
volvió totalmente helado, y comencé a sufrir los efectos del frío a pesar del
ejercicio. La nieve caía ahora tan densa y giraba a mi alrededor en tales
remolinos que apenas podía mantener abiertos los ojos. De vez en cuando, el
cielo era desgarrado por un centelleante relámpago, y a su luz sólo podía ver
frente a mí una gran masa de árboles, principalmente cipreses y tejos
completamente cubiertos de nieve.
Pronto me hallé al amparo de los mismos, y allí, en un relativo
silencio, pude oír el soplar del viento, en lo alto. En aquel momento, la
oscuridad de la tormenta se había fundido con la de la noche. Pero su furia
parecía estar abatiéndose: tan solo regresaba en tremendos resoplidos o estallidos.
En aquellos momentos el escalofriante aullido del lobo pareció despertar el eco
de muchos sonidos similares a mi alrededor.
En ocasiones, a través de la oscura masa de las nubes, se veía un
perdido rayo de luna que iluminaba el terreno y que me dejaba ver que estaba al
borde de una densa masa de cipreses y tejos. Como había dejado de nevar, salí
de mi refugio y comencé a investigar más a fondo los alrededores. Me parecía
que entre tantos viejos cimientos como había pasado en mi camino, quizá hallase
una casa aún en pie que, aunque estuviese en ruinas, me diese algo de cobijo.
Mientras rodeaba el perímetro del bosquecillo, me di cuenta de que una pared
baja lo cercaba y, siguiéndola, hallé una abertura. Allí los cipreses formaban
un camino que llevaba hasta la cuadrada masa de algún tipo de edificio. No
obstante, en el mismo momento en que la divisé, las errantes nubes oscurecieron
la luna y atravesé el sendero en tinieblas. El viento debió de hacerse más
frío, pues noté que me estremecía mientras caminaba; pero tenía esperanzas de
hallar un refugio, así que proseguí mi camino a ciegas.
Me detuve, pues se produjo un repentino silencio. La tormenta había
pasado y, quizá en simpatía con el silencio de la naturaleza, mi corazón
pareció dejar de latir. Pero eso fue tan sólo momentáneo, pues repentinamente
la luz de la luna se abrió paso por entre las nubes, mostrándome que me hallaba
en un cementerio, y que el objeto cuadrado situado frente a mí era una enorme
tumba de mármol, tan blanca como la nieve que lo cubría todo. Con la luz de la
luna llegó un tremendo suspiro de la tormenta, que pareció reanudar su carrera
con un largo y grave aullido, como el de muchos perros o lobos. Me sentía
anonadado, y noté que el frío me calaba hondo hasta parecer aferrarme el corazón.
Entonces mientras la oleada de luz lunar seguía cayendo sobre la tumba de
mármol, la tormenta dio muestras de reiniciarse, como si quisiera volver atrás.
Impulsado por alguna especie de fascinación, me aproximé a la sepultura para
ver de quién era y por qué una construcción así se alzaba solitaria en
semejante lugar. La rodeé y leí, sobre la puerta dórica, en alemán:
CONDESA DOLINGEN
DE GRATZ
EN ESTIRIA
BUSCÓ Y HALLÓ LA
MUERTE
EN 1801
En la parte alta del túmulo, y atravesando aparentemente el mármol, pues
la estructura estaba formada por unos pocos bloques macizos, se veía una gran
vigueta o estaca de hierro.
Me dirigí hacia la parte de atrás y leí, esculpida con grandes letras
cirílicas:
Los muertos viajan de prisa
Había algo tan extraño y fuera de lo usual en todo aquello que me hizo
sentir mal y casi desfallecí. Por primera vez empecé a desear haber seguido el
consejo de Johann. Y en aquel momento me invadió un pensamiento que, en medio
de aquellas misteriosas circunstancias, me produjo un terrible estremecimiento:
¡era la noche de Walpurgis!
La noche de Walpurgis en la que, según las creencias de millones de
personas, el diablo andaba suelto; en la que se abrían las tumbas y los muertos
salían a pasear; en la que todas las cosas maléficas de la tierra, el mar y el
aire celebraban su reunión. Y estaba en el preciso lugar que el cochero había
rehuido. Aquél era el pueblo abandonado hacía siglos. Allí era donde se
encontraba la suicida; ¡y en ese lugar me encontraba yo ahora solo..., sin
ayuda, temblando de frío en medio de una nevada y con una fuerte tormenta
formándose a mi alrededor! Fue necesaria toda mi filosofía, toda la religión
que me habían enseñado, todo mi coraje, para no derrumbarme en un paroxismo de
terror.
Y entonces un verdadero tornado estalló a mi alrededor. El suelo se
estremeció como si millares de caballos galopasen sobre él, y esta vez la
tormenta llevaba en sus gélidas alas no nieve, sino un enorme granizo que cayó
con tal violencia que parecía haber sido lanzado por lo míticos honderos
baleáricos... Piedras de granizo que aplastaban hojas y ramas y que negaban la
protección de los cipreses, como si en lugar de árboles hubieran sido espigas
de cereal. Al primer momento corrí hasta el árbol más cercano, pero pronto me
vi obligado a abandonarlo y buscar el único punto que parecía ofrecer refugio:
la profunda puerta dórica de la tumba de mármol. Allí, acurrucado contra la
enorme puerta de bronce, conseguí una cierta protección contra la caída del
granizo, pues ahora sólo me golpeaba al rebotar contra el suelo y los costados
de mármol.
Al apoyarme contra la puerta, ésta se movió ligeramente y se abrió un
poco hacia adentro. Incluso el refugio de una tumba era bienvenido en medio de
aquella despiadada tempestad, y estaba a punto de entrar en ella cuando se
produjo el destello de un relámpago que iluminó toda la extensión del cielo. En
aquel instante, lo juro por mi vida, vi, pues mis ojos estaban vueltos hacia la
oscuridad del interior, a una bella mujer, de mejillas sonrosadas y rojos labios,
aparentemente dormida sobre un féretro. Mientras el trueno estallaba en lo alto
fui atrapado como por la mano de un gigante y lanzado hacia la tormenta. Todo
aquello fue tan repentino que antes de que me llegara el impacto, tanto moral
como físico, me encontré bajo la lluvia de piedras. Al mismo tiempo tuve la
extraña y absorbente sensación de que no estaba solo. Miré hacia el túmulo. Y
en aquel mismo momento se produjo otro cegador relámpago, que pareció golpear
la estaca de hierro que dominaba el monumento y llegar por ella hasta el suelo,
resquebrajando, desmenuzando el mármol como en un estallido de llamas. La mujer
muerta se alzó en un momento de agonía, lamida por las llamas, y su amargo
alarido de dolor fue ahogado por el trueno. La última cosa que oí fue esa
horrible mezcla de sonidos, pues de nuevo fui aferrado por la gigantesca mano y
arrastrado, mientras el granizo me golpeaba y el aire parecía reverberar con el
aullido de los lobos. La última cosa que recuerdo fue una vaga y blanca masa
movediza, como si las tumbas de mi alrededor hubieran dejado salir los
amortajados fantasmas de sus muertos, y éstos me estuvieran rodeando en medio
de1a oscuridad de la tormenta de granizo.
Gradualmente, volvió a mí una especie de confuso inicio de consciencia;
luego una sensación de cansancio aniquilador. Durante un momento no recordé
nada; pero poco a poco volvieron mis sentidos. Los pies me dolían
espantosamente y no podía moverlos. Parecían estar dormidos. Notaba una
sensación gélida en mi nuca y a todo lo largo de mi espina dorsal, y mis
orejas, como mis pies, estaban muertas y, sin embargo, me atormentaban; pero
sobre mi pecho notaba una sensación de calor que, en comparación, resultaba
deliciosa. Era como una pesadilla..., una pesadilla física, si es que uno puede
usar tal expresión, pues un enorme peso sobre mi pecho me impedía respirar
normalmente.
Ese período de semiletargo pareció durar largo rato, y mientras
transcurría debí de dormir o delirar. Luego sentí una sensación de repugnancia,
como en los primeros momentos de un mareo, y un imperioso deseo de librarme de
algo, aunque no sabía de qué. Me rodeaba un descomunal silencio, como si todo
el mundo estuviese dormido o muerto, roto tan sólo por el suave jadeo de algún
animal cercano. Noté un cálido lametón en mi cuello, y entonces me llegó la
consciencia de la terrible verdad, que me heló hasta los huesos e hizo que se
congelara la sangre en mis venas. Había algún animal recostado sobre mí y ahora
lamía mi garganta. No me atreví a agitarme, pues algún instinto de prudencia me
obligaba a seguir inmóvil, pero la bestia pareció darse cuenta de que se había
producido algún cambio en mí, pues levantó la cabeza. Por entre mis pestañas vi
sobre mí los dos grandes ojos llameantes de un gigantesco lobo. Sus aguzados
caninos brillaban en la abierta boca roja, y pude notar su acre respiración
sobre mi boca.
Durante otro período de tiempo lo olvidé todo. Luego escuché un gruñido,
seguido por un aullido, y luego por otro y otro. Después, aparentemente muy a
lo lejos, escuché un «¡hey, hey!» como de muchas voces gritando al unísono.
Alcé cautamente la cabeza y miré en la dirección de la que llegaba el sonido,
pero el cementerio bloqueaba mi visión. El lobo seguía aullando de una extraña
manera, y un resplandor rojizo comenzó a moverse por entre los cipreses, como
siguiendo el sonido. Cuando las voces se acercaron, el lobo aulló más fuerte y
más rápidamente. Yo temía hacer cualquier sonido o movimiento. El brillo rojo
se acercó más, por encima de la alfombra blanca que se extendía en la oscuridad
que me rodeaba. Y de pronto, de detrás de los árboles, surgió al trote una
patrulla de jinetes llevando antorchas. El lobo se apartó de encima de mí y
escapó por el cementerio. Vi cómo uno de los jinetes (soldados, según parecía por
sus gorras y sus largas capas militares) alzaba su carabina y apuntaba. Un
compañero golpeó su brazo hacia arriba, y escuché cómo la bala zumbaba sobre mi
cabeza. Evidentemente me había tomado por el lobo. Otro divisó al animal
mientras se alejaba, y se oyó un disparo. Luego, al galope, la patrulla avanzó,
algunos hacia mí y otros siguiendo al lobo mientras éste desaparecía por entre
los nevados cipreses.
Mientras se aproximaban, traté de moverme; no lo logré, aunque podía ver
y oír todo lo que sucedía a mi alrededor. Dos o tres de los soldados saltaron
de su monturas y se arrodillaron a mi lado. Uno de ellos alzó mi cabeza y
colocó su mano sobre mi corazón.
-¡Buenas noticias, camaradas! -gritó-. ¡Su corazón todavía late!
Entonces vertieron algo de brandy entre mis labios; me dio vigor, y fui
capaz de abrir del todo los ojos y mirar a mi alrededor. Por entre los árboles
se movían luces y sombras, y oí cómo los hombres se llamaban los unos a los
otros. Se agruparon, lanzando asustadas exclamaciones, y las luces centellearon
cuando los otros entraron amontonados en el cementerio, como posesos. Cuando
los primeros llegaron hasta nosotros, los que me rodeaban preguntaron ansiosos:
-¿Lo hallaron?
La respuesta fue apresurada:
-¡No! ¡No! ¡Vámonos.... pronto! ¡Éste no es un lugar para quedarse, y
menos en esta noche!
-¿Qué era? -preguntaron en varios tonos de voz.
La respuesta llegó variada e indefinida, como si todos los hombres
sintiesen un impulso común por hablar y, sin embargo, se vieran refrenados por
algún miedo compartido que les impidiese airear sus pensamientos.
-¡Era... era... una cosa! -tartamudeó uno, cuyo ánimo, obviamente, se
había derrumbado.
-¡Era un lobo..., sin embargo, no era un lobo! -dijo otro
estremeciéndose.
-No vale la pena intentar matarlo sin tener una bala bendecida -indicó
un tercero con voz más tranquila.
-¡Nos está bien merecido por salir en esta noche! ¡Desde luego que nos
hemos ganado los mil marcos! -espetó un cuarto.
-Había sangre en el mármol derrumbado –dijo otro tras una pausa-. Y
desde luego no la puso ahí el rayo. En cuanto a él... ¿está a salvo? ¡Miren su
garganta. Vean, camaradas: el lobo estaba echado encima de él, dándole calor.
El oficial miró mi garganta y replicó:
-Está bien; la piel no ha sido perforada. ¿Qué significará todo esto?
Nunca lo habríamos hallado de no haber sido por los aullidos del lobo.
-¿Qué es lo que ocurrió con ese lobo? -preguntó el hombre que sujetaba
mi cabeza, que parecía ser el menos aterrorizado del grupo, pues sus manos
estaban firmes, sin temblar. En su bocamanga se veían los galones de
suboficial.
-Volvió a su cubil -contestó el hombre cuyo largo rostro estaba pálido y
que temblaba visiblemente aterrorizado mientras miraba a su alrededor-. Aquí
hay bastantes tumbas en las que puede haberse escondido. ¡Vámonos, camaradas,
vámonos rápido! Abandonemos este lugar maldito.
El oficial me alzó hasta sentarme y lanzó una voz de mando; luego, entre
varios hombres me colocaron sobre un caballo. Saltó a la silla tras de mí, me
sujetó con los brazos y dio la orden de avanzar; dando la espalda a los
cipreses, cabalgamos rápidamente en formación.
Mi lengua seguía rehusando cumplir con su función y me vi obligado a
guardar silencio. Debí de quedarme dormido, pues lo siguiente que recuerdo es
estar de pie, sostenido por un soldado a cada lado. Ya casi era de día, y hacia
el norte se reflejaba una rojiza franja de luz solar, como un sendero de
sangre, sobre la nieve. El oficial estaba ordenando a sus hombres que no
contaran nada de lo que habían visto, excepto que habían hallado a un
extranjero, un inglés, protegido por un gran perro.
-¡Un gran perro! Eso no era ningún perro -interrumpió el hombre que
había mostrado tanto miedo-. Sé reconocer un lobo cuando lo veo.
El joven oficial le respondió con calma:
-Dije un perro.
-¡Perro! -reiteró irónicamente el otro. Resultaba evidente que su valor
estaba ascendiendo con el sol y, señalándome, dijo-: Mírele la garganta. ¿Es
eso obra de un perro, señor?
Instintivamente alcé una mano al cuello y, al tocármelo, grité de dolor.
Los hombres se arremolinaron para mirar, algunos bajando de sus sillas, y de
nuevo se oyó la calmada voz del joven oficial:
-Un perro, he dicho. Si contamos alguna otra cosa, se reirán de
nosotros.
Entonces monté tras uno de los soldados y entramos en los suburbios de
Múnich. Allí encontramos un carruaje al que me subieron y que me llevó al
Quatre Saisons; el oficial me acompañó en el vehículo, mientras un soldado nos
seguía llevando su caballo y los demás regresaban al cuartel.
Cuando llegamos, Herr Delbrück bajó tan rápidamente las escaleras para
salir a mi encuentro que se hizo evidente que había estado mirando desde
dentro. Me sujetó con ambas manos y me llevó solícito al interior. El oficial
hizo un saludo y se dio la vuelta para alejarse, pero al darme cuenta insistí
en que me acompañara a mis habitaciones. Mientras tomábamos un vaso de vino, le
di las gracias efusivamente, a él y a sus camaradas, por haberme salvado. Él se
limitó a responder que se sentía muy satisfecho, y que Herr Delbrück ya había dado
los pasos necesarios para gratificar al grupo de rescate; ante esta ambigua
explicación el maître d'hôtel sonrió, mientras el oficial se excusaba, alegando
tener que cumplir con sus obligaciones, y se retiraba.
-Pero Herr Delbrück -interrogué-, ¿cómo y por qué me buscaron los
soldados?
Se encogió de hombros, como no dándole importancia a lo que había hecho,
y replicó:
-Tuve la buena suerte de que el comandante del regimiento en el que
serví me autorizara a pedir voluntarios.
-Pero ¿cómo supo que estaba perdido? -le pregunté.
-El cochero regresó con los restos de su carruaje, que resultó
destrozado cuando los caballos se desbocaron.
-¿Y por eso envió a un grupo de soldados en mi busca?
-¡Oh, no! -me respondió-. Pero, antes de que llegase el cochero, recibí este
telegrama del boyardo de que es usted huésped -y sacó del bolsillo un
telegrama, que me entregó y leí:
BISTRITZ
«Tenga cuidado con mi huésped: su seguridad me es preciosa. Si algo le
ocurriera, o lo echasen a faltar, no ahorre medios para hallarle y garantizar
su seguridad. Es inglés, y por consiguiente aventurero. A menudo hay peligro
con la nieve y los lobos y la noche. No pierda un momento si teme que le haya
ocurrido algo. Respaldaré su celo con mi fortuna. - Drácula.
Mientras sostenía el telegrama en mi mano, la habitación pareció girar a
mi alrededor y, si el atento maître d'hôtel no me hubiera sostenido, creo que
me hubiera desplomado. Había algo tan extraño en todo aquello, algo tan fuera
de lo corriente e imposible de imaginar, que me pareció ser, en alguna manera,
el juguete de enormes fuerzas..., y esta sola idea me paralizó. Ciertamente me
hallaba bajo alguna clase de misteriosa protección; desde un lejano país había
llegado, justo a tiempo, un mensaje que me había arrancado del peligro de la
congelación y de las mandíbulas del lobo.
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